Guido Stein
Profesor del IESE y presidente de Eunsa
La higiene que necesitábamos
Vivimos una época en la que las posibilidades de distinguir entre lo que es importante y lo que no lo es tanto se han multiplicado. El vendaval de la crisis, además de traer consigo un enorme sufrimiento, ha limpiado el ambiente de modas coyunturales y erráticas sobre cómo dirigir: crear valor para el accionista a corto plazo (pues es el único que parece existir), meritocracia para promocionar talento, y como eso no es nada fácil de implantar, bonus para retenerlo, fidelizar clientes a base de subastas, RSC como herramienta de márketing, y un etcétera que nos ha acabado por hastiar. Depende de nosotros ahora que la higiene arraigue. Les propongo desinfectar el modo imperante en la toma de decisiones.
La retórica acerca de la importancia de los sentimientos y su consiguiente influjo en la inteligencia, llamada emocional o social, ha desembocado en un cierto olvido del fundamento personal sobre el que se levantan las competencias directivas. Emociones y sentimientos son factores críticos; sin embargo, si la voluntad no es fuerte, dan lugar a personas incompletas . Para decidir bien se necesita pensar adecuadamente, pero sobre todo querer bien.
Está en manos de los directivos que fortalezcan su voluntad, de modo que marche pareja con el ejercicio de la inteligencia. Con las acciones se generan hábitos (antes de la crisis había que pedir perdón por usar este inveterado término), se consolida la conducta y se adquiere el carácter. Los hábitos propios de la función directiva constituyen, a fin de cuentas, la herramienta humana crítica para tomar decisiones y ejecutarlas.
La experiencia enseña que las acciones humanas atienden siempre a razones; por ello, es necesario identificarlas para explicarlas; la experiencia cotidiana muestra que no suele haber sólo una razón suficiente de nuestras actuaciones. El obrar humano no es la conclusión de un razonamiento lógico, guarda siempre una veta de misterio propio de una mente libre y creativa. La trama humana está tejida de razones que ciertamente explican muchas cosas, pero no todas.
A menudo olvidamos que la decisión es personal en su punto de partida y en su punto de llegada. Nuestras decisiones nos personalizan, impactan nuestro modo de ser como no pueden hacerlo, por ejemplo, las opiniones. Por eso decimos que a la gente se la conoce en sus acciones. Ahora bien, ¿de dónde proceden realmente nuestras acciones? ¿Cuál es su núcleo insobornable? Hemos dicho que la inteligencia y la voluntad desarrollan hábitos a través de los cuales ejercer la toma de decisiones y su puesta en práctica. Los hábitos de la inteligencia actúan como causa externa respecto de la decisión. Los hábitos de la voluntad condicionan su verdadera puesta en marcha.
Tanto los hábitos de la inteligencia como de la voluntad son los responsables de que el sujeto entienda mejor o peor, y tenga más o menos fuerza de voluntad. Cuanto más ejercita esos hábitos mejor y con menor esfuerzo se decide. No hay decisiones directivas asépticas o neutrales. Teniendo en cuenta el papel preeminente de la voluntad en la práctica, decidir bien no depende sólo de pensar bien.
Los directivos que deseen tomar las mejores decisiones deben ocuparse de su formación intelectual y moral. La primera sin la segunda es miope. La segunda sin la primera es errática.
Saludos
RODRIGO GONZALEZ FERNANDEZ
DIPLOMADO EN RSE DE LA ONU
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